La construcción de una tipología de los discursos sociales es un viejo anhelo –a veces, expresado como necesidad; otras, como programa de investigación– en el campo de las teorías y el análisis de los discursos. Hace mucho ya se plantearon ciertos problemas relativos a una categorización, a la posibilidad de una taxonomía. En el texto introductorio al número 41 de la revista Lagages, dedicado al discurso político, L. Guespin (1976), por ejemplo, cuestionaba la tendencia –que aún hoy persiste– a caracterizar los discursos según categorías filosóficas o retóricas, y se preguntaba si convenía pensar en términos de “tipos” o en términos de “funcionamiento” (1). En un caso, se trataba de encontrar un mínimo común de “propiedades” u “operaciones textuales”; en el otro, de entender el funcionamiento de un discurso en el entorno de sus emplazamientos institucionales. En un caso, se buscaba responder: ¿cuáles son las propiedades que definen, por ejemplo, al discurso político? En el otro, ¿qué es lo que hace que un discurso funcione políticamente en un determinado entorno? En la sub-disciplina del análisis del discurso político se ha impuesto la primera tendencia, con un énfasis casi excluyente en las propiedades lingüísticas. Tal vez por eso, también se ha acentuado la tendencia a la “circularidad” que en su momento identificaba (y, acto seguido, justificaba) Verón en La Palabra Adversativa (1987): se estudian como discursos “políticos” registros de la producción discursiva articulada a las instituciones del Estado, de modo que se llega a una definición técnica sobre la base de una percepción intuitiva. Ahora bien: ya sea que nos preguntamos por los tipos o por los funcionamientos (y en rigor, uno y otro son inseparables), sólo es posible avanzar por la vía comparativa; el desarrollo de una tipología particular necesita del avance en el terreno de la teoría de las tipologías (evidencia advertida tanto por Guespin como por Verón), pero también de una reflexión sobre el funcionamiento de las instituciones en la sociedad. En ese punto, lo que se vuelve una necesidad (que debiera traducirse en un programa de investigación) es el trabajo articulado con teorías sociológicas, políticas, discursivas, etcétera. Nuevamente, se trata de un problema que la teoría de los discursos sociales arrastra consigo, y sobre el cual menos que reclamarle que lo solucione, conviene pedir que no lo abandone.
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