Platon, en La Republica, relata la leyenda mitológica de Giges de Lidia, un pastor que encontró un caballo de bronce con un cuerpo sin vida en su interior, que tenía un anillo de oro que resultó ser mágico, pues por casualidad volvió hacia la palma de la mano el engarce de la sotija y al punto se hizo invisible para los demás pastores, que comenzaron a hablar como si él se hubiese retirado, lo cual lo llenó de asombro. Si ponía el engarce hacia fuera de nuevo era visible. Giges lo usó para seducir a la reina y, con ayuda del ella, matar al rey, para apoderarse de su reino y convertirse en un tirano. Parece así que todas las personas por naturaleza son injustas. Sólo son justas por miedo al castigo de la ley o por obtener algún beneficio por ese buen comportamiento. Si fuéramos "invisibles" a la ley como Giges con el anillo, seríamos injustos por nuestra naturaleza: el ser humano haría el bien hasta que «se hace invisible», y roba. Según este supuesto, la persona no sería libre.
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