Desde el advenimiento de la industrialización y sus variadas inversiones en equipos y otras áreas, sólo se conocían dos costos de importancia: los de material y los de mano de obra directa, llamados costos primos, que eran los únicos que se inventariaban. Una vez que las inversiones se ampliaron y se desarrollaron las organizaciones, surgió el concepto de costos indirectos de fabricación. A principios del siglo XX, el método de costeo utilizado era el absorbente o total. Este hecho se debía a que el tratamiento contable tradicional se dedicaba a salvaguardar los activos utilizados, los cuales se controlaban a través del estado de resultados, prestando poca atención a los problemas específicos de información para la toma de decisiones administrativas. Al elevarse el nivel de complejidad de las organizaciones, se hizo hincapié en la preparación de informes que proveyeran y facilitaran la información para la toma de decisiones y la planeación a largo plazo. En los años 30 surgió una alternativa, el costeo variable, también denominado costeo directo, aunque algunos autores afirman que por definición, no debería llamarse directo ya que costo directo es el que se identifica con el producto, departamento o función. Cada uno de los métodos de costeo tiene una función especial que cumplir: el costeo variable ayuda a la administración en su tarea y supone que para obtener un control administrativo apropiado sólo se deben considerar como parte del verdadero costo de los productos fabricados aquellos costos que varían en forma directa con el volumen de producción, porque sólo estos elementos variables se relacionan con el producto.
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